miércoles, 18 de agosto de 2010

Un nuevo aniversario


18 de Agosto. De nuevo hoy en Cádiz ha tenido lugar un pequeño acto institucional en recuerdo de aquellas víctimas que sucumbieron tal día como hoy en la explosión de 1947.

Con el paso de los años, van quedando menos testigos directos del hecho, pero, por muy niño que se fuera entonces, el que vivió en la zona donde ocurrió el suceso no ha podido olvidar las tremendas escenas de aquella fatídica noche en que explotaron cientos de polvorines que permanecían almacenados en plena ciudad.

Hace exactamente un año escribí en este Blog un relato en primera persona que había sido publicado en "Diario de Cádiz". Formaba parte de un trabajo que los periodistas José A. Hidalgo y Ana de Antonio hicieron con los testimonios de algunos "niños de la explosión".

Hoy mis recuerdos de infancia se van a los años posteriores a la catástrofe.

La vivienda familiar, al estar tan cerca del epicentro explosivo, había quedado interiormente destruida, así como muebles y enseres.
Tras un tiempo alojados en otro lugar, volvimos a ella cuando el grupo España y sus alrededores eran un hervidero de obreros de la construcción, materiales y maquinarias.

Cerca estaban levantando un auténtico pueblecito de casitas bajas bien alineadas en calles paralelas, para alojar a las familias del barrio de San Severiano que se habían quedado sin viviendas. Cuando estuvieron habitadas, resaltaba el contraste del blanco de sus fachadas con el negro del luto que vestían sus moradores.

En otro lugar cercano, por el final de la actual calle García de Sola, que entonces se llamaba Cuarteles, muchas familias vivían de forma rudimentaria en unos barracones prefabricados, con escasez de elementos básicos, como son la luz y el agua. Y otras, aún en peores circunstancias, se alojaron por algún tiempo en los vagones de trenes que descansaban en las vías "muertas".

A mis cuatro o cinco años, la palabra que más sonaba en mis oídos era la de "Damnificados". Había listas, escalas y grados de damnificados, avisos a damnificados, ayudas a damnificados, largas colas de damnificados ...

Mi padre nos decía que a pesar de que éramos siete de familia y habíamos perdido muchos enseres y muebles de la casa, en la escala de damnificados estábamos casi de los últimos porque ninguno de nosotros había muerto ni tenía graves secuelas.

De cualquier manera nos correspondió un lote con algunos cacharros de cocina, unas mantas y varias piezas de tela.

Alimentos también. Los más singulares vinieron de Argentina. La buena de Evita se había compadecido por lo ocurrido en Cádiz. En agradecimiento, a la llegada de los contenedores al muelle, un buen número de gaditanos, agitando las banderitas de listas celestes y blancas que se repartieron, y siguiendo consignas, habían gritado con fuerza: "Franco-Perón, Franco-Perón..."

(Es curioso que esta escena que acabo de describir no la recuerden ninguno de mis cuatro hermanos mayores, cuando yo, tan pequeña como era, la guardo tan clara en la memoria).

De la comida argentina nos llegó café y azúcar, pero sobre todo recuerdo unas hermosas latas de leche en polvo marca "Miguelito". En la lata se leía "Lait en poudre" y los pequeños de la casa la nombrábamos siempre diciendo: "Dame la laitempoudre", "Échame más laitempoudre"...


No era nuestro caso, pero recuerdo que en el cruce de las actuales calles García de Sola y Ciudad de Santander se paraba cada día un camión que repartía comida a los más necesitados. Las señoritas de la Sección Femenina de Falange y de la Cruz Roja daban pan y comida caliente a los que formaban cola. Éstos, con su plato generalmente de aluminio, se sentaban por los alrededores a comer.

En otro camión llevaban el agua.


Las estadísticas oficiales dijeron que en la explosión de Cádiz había habido 155 muertos y 5000 heridos.

En el número de fallecidos, mis padres decían que se habían quedado cortos. Nosotros, que acabábamos de llegar a Cádiz y aún teníamos pocas amistades, perdimos a bastantes conocidos, entre ellos varios niños.

Los heridos ya los veíamos por los alrededores: cuántos con cabezas vendadas, cuántos con muletas, cuántos con enormes cicatrices, cuántos mutilados, cuántos enfermos para toda su vida... cuánto luto.

Pero como niños que éramos supimos elevarnos por encima del dolor.

Ese caos y esa desolación que nos rodeaba, nos proporcionó en los tiempos que siguieron a la explosión un foco de fantásticas aventuras.

Al principio, la zona había estado vigilada para evitar los saqueos y por la peligrosidad de los muros que se mantenían en pie, pero pasado un tiempo quedó todo en total abandono.
Los chiquillos de mi barrio, y yo acompañando a dos de mis hermanos algo mayores, disfrutábamos entrando en esas casas destruidas, en esos ruinosos chalés abandonados, escalando ventanas, pasando de unas habitaciones a otras, saltando por los escombros...

Buscábamos tesoros y encontrábamos de todo: trozos de jarrones, restos de cuadros, añicos de espejos y lámparas, pedazos de muebles... veíamos fotos, estampas, leíamos cartas... y cogíamos maderas, leña para la cocina.

Por algunos años las ruinas del antiguo barrio de San Severiano, desde el puente de hierro hasta la rocosa playa de la bahía, sobre la que hoy se asienta la barriada de La Paz, fue feudo y lugar de aventuras de los chiquillos de la cercana barriada España.


(Yo vivía entonces en el bloque blanco que se ve al fondo de esta foto)

2 comentarios:

  1. Hola Neli me alegro que sigas con tu blog, como en el pasado año me pone los pelos de punta leer lo de la esplción, tambien has puesto unas fotos muy bonitas de la plya, un saludo. Joaquina

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  2. Gracias por el comentario,Joaquina.
    Quien vivió tan cerca del lugar donde sucedió la Explosión de Cádiz, por muy pequeño que fuera, no podría nunca olvidar aquellas tremendas escenas.

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