domingo, 7 de agosto de 2011

Luisa G

Cuando éramos pequeñas, tú y yo compartíamos cama.


Era una "camera" con colchón de lana, donde holgadamente podíamos remover nuestros menudos cuerpos y dormir plácidamente sin el menor choque ni protesta.

Por el contrario, aquella cama común propició que a través de las largas charlas y confidencias que manteníamos cada noche antes de que el sueño nos venciera, llegáramos a sentirnos muy unidas y compenetradas.

Yo -algunos años más pequeña- admiraba tu imaginación, tu capacidad de fantasía y tu facilidad para emocionar contando con todo detalle historias reales o ficticias con las que me embelesabas.

Nos metíamos en la cama y nos sentábamos apoyadas en el cabecero para hacer conjuntamente nuestros rezos de la noche. Los temas de religión eran los predominantes en nuestras conversaciones. Yo, de espíritu muy sensible, me sentía traumatizada por algunos conceptos religiosos, como el del infirno, y tú, con esa serenidad que siempre te ha caracterizado, intentabas darme explicaciones tranquilizantes, aunque no lo consiguieras.

Recuerdo concretamente una época. Tendría yo unos cinco o seis años. Fue cuando colocaron en la iglesia de San José un cuadro-retablo cuya visión me tenía aterrada. Lo presentaron como recuerdo (?) y homenaje (?) a las víctimas que fallecieron en la explosión de Cádiz de 1947. Representaba una escena dantesca del purgatorio donde las personas (¿las víctimas de la explosión?) se estaban quemando mientras clamaban ayuda con los brazos en alto. Algunas eran liberadas por ángeles que las elevaban al cielo donde las esperaba la Virgen.

Según me decías (lo que a ti te decían y lo que a ellos le decían), todos, por ser pecadores directos o indirectos, tendríamos que pasar por el purgatorio para poder disfrutar luego de la gloria eterna.

Este pensamiento se convirtió en mi niñez en una constante tortura existencial.

Aunque tú no te mostrabas tan impresionada (cosa que yo no comprendía), me enseñaste a hacer duros sacrificios y a rezar "jaculatorias" para sacar almas del purgatorio.

Decías que era necesario un número elevadísimo de éstas para que surtieran el efecto deseado. Por ello, las dos juntas repetíamos cada noche cientos y cientos de veces las distintas plegarias y yo podía dormirme con el feliz sueño de estar liberando a algunas almas de esa tortura del fuego.

Sin embargo, cuando iba de nuevo a la iglesia de San José, el retablo seguía allí igual de espeluznante, con la misma gente quemándose y pidiendo ayuda.


Fueron pasando los años.

Dejamos de compartir lecho, pero no habitación ni confidencias. Desde nuestras respectivas camas de colchas rosa separadas por una mesita, seguimos hablando cada noche de cosas trascendentales hasta que una de las dos iba enmudeciendo.

De día colaborábamos conjuntamente en las tareas de la casa y seguíamos con responsabilidad nuestros estudios.

Tú ibas dos cursos por delante de mí, pero teníamos muchas actividades comunes y de todo lo que hacíamos ambas éramos partícipes.

Ya de jovencita empezaste a destacar por tus habilidades y tu arte. Hacías estupendos dibujos, y las labores y costuras se te daban muy bien. Era relevante la paciencia que tenías y el perfeccionismo con que presentabas tus trabajos.

Tu carácter fue siempre pacífico. Destacaba tu timidez y tu personalidad dulce e ingenua. Y no he hablado aún de tu bello y atractivo rostro acompañado de aquella larga trenza que te caía suavemente por un hombro.


Acabaste tu carrera profesional docente, pero antes de ejercerla te casaste.

Fue muy duro para mí el verte marchar de casa. Me quedaba sin mi hermana más cercana, sin mi confidente, sin mi apoyo...

Te eché mucho de menos el tiempo que pasaste fuera, pero para mi alegría fue corto. Pronto volviste a Cádiz y empezaron a llegar los niños.

Tus hijos, mis sobrinos. Uno a uno hasta cinco.

Y ya por muchos años todo en tu vida giró en torno a ellos y a tu marido.

Continué muy unida a ti participando activamente en la crianza de esos niños, buena escuela de aprendizaje para cuando me tocara a mí ser madre.


La vida siguió con su lucha diaria.

El tiempo pasó muy rápido y los hijos crecieron. Y además de crecer empezaron a emanciparse.

Fue entonces cuando, al permitir las obligaciones familiares un breve respiro, volviste la mirada hacia ti.

Comenzaste a dar rienda suelta a esos tus sueños y aficiones que habían permanecido aletargados durante tantos años y fuiste sacando afuera todo ese potencial de arte que llevabas dentro.

Te aprovisionaste de pinturas, pinceles, lienzos, barro... y te bastó recibir algunas clases técnicas para que empezaras a sorprendernos con una imparable producción artística que no ha cesado hasta el día de hoy.

No has dejado de perfeccionarte y de experimentar el dibujo y la pintura con diferentes materiales (óleo, acuarela, cera, lápiz, carboncillo...) y técnicas diversas. Es evidente tu capacidad de observación de las cosas, de elegir el tema de tu pintura buscando los colores, la luz, la profundidad y la armonía.

A pesar de los años que ya acumulabas, no dudaste en matricularte en la Escuela de Bellas Artes y hacer tus estudios artísticos en la especialidad de Abaniquería, en la que has ejecutado verdaderas obras de arte por las que has sido galardonada.

En cuanto a la cerámica, esta pasión te ha llevado al estudio e investigación de temas relacionados con las antiguas civilizaciones, para reproducir en barro con la mayor precisión de proporciones esos fetiches, esas efigies o esos iconos míticos que tanto te apasionan.

Pero también modelas figuras clásicas, modernas y vanguardistas. Lo experimentas todo y buscas constantes temas de inspiración.


Puedes estar orgullosa, como lo están tu marido, tus hijos, tus nietos y toda tu familia, del empleo que estás dando a ese tu tiempo de ocio con esta frenética producción, que además de llenar nuestras casas de obras de arte, te proporcionan un escape de la rutina cotidiana, una evasión en los conflictos y mucha satisfacción a tu espíritu.


Luisa G es tu firma artística. Desapercibida públicamante porque nunca has puesto interés en mostrar tus obras fuera de tu entorno.


Ha pasado toda una vida con sus múltiples problemas y avatares, pero tú no has perdido un ápice de tu candidez, de tu ingenuidad y de tu dulzura.

Nada te ha maleado.

Sigue así, querida hermana.


Una muestra de pinturas y esculturas de Luisa G.



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