Cada viaje que hago me aporta muchas semanas de ilusión. Antes de realizarlo, leyendo información, observando mapas y planos, viendo imágenes, etc. Durante el viaje, haciendo muchas fotografías. De vuelta en casa, ordenando fotos, montando el álbum y, en algunas ocasiones, escribiendo el relato del viaje.
A estas alturas de mi vida, puedo estar satifecha del número considerable de lugares que he visitado.
España es maravillosa en todas sus regiones. Sus contrastes paisajísticos y su riqueza artística y cultural no tienen discusión. Pero también es interesante pasar nuestras fronteras y ampliar horizontes conociendo otras tierras, otras gentes y otras costumbres.
Ya sea dentro o fuera de España, viajar me fascina.
Mi primer viaje
Hoy traigo a mi memoria el primer viaje que hice al extranjero y que, a pesar de los años transcurridos desde entonces, dejó recuerdos imborrables en mi vida.
Junto a una amiga, me enrolé como estudiante de francés en un viaje de quince días a Paris. Estaba subvencionado por la embajada francesa, y por un mínimo coste ofrecían la estancia en un Colegio Mayor, la pensión completa y todas las visitas guiadas y excursiones culturales en horario de tarde, ya que las mañanas -precio aparte- estaban dedicadas al curso de francés en la Universidad de La Sorbona, motivo principal del viaje.
La situación política de España en esos momentos estaba a punto dar un giro radical ya que el general Franco estaba muy enfermo y se respiraba un ambiente de expectación y cierta preocupación.
En la misma frontera, mientras se tramitaban los pasaportes, descubrí signos diferenciales en dos grandes anuncios de carretera que debían estar puestos a propósito. En los dos se anunciaba una misma crema solar, que una chica se aplicaba tumbada en la playa. En el cartel situado en territorio español, la chica vestía un recatado bañador enterizo mientras que unos metros más allá, ya en tierra gala, la misma chica, sin ropa, descubría picarona sus exuberantes encantos al sol.
Al mismo tiempo, una hilera de coches de españolitos estaba llegando a Portbou con el único propósito de ver la película "El último tango en Paris".
A partir de ahí serían innumerables los hechos y situaciones de evidentes diferencias en aperturismo y libertad que fui descubriendo. Todas me asombraban, algunas no me gustaban como las pintadas que llenaban las paredes y las revueltas callejeras que vi el 14 de julio. Tampoco ellos debían ser tan felices.
De Paris, de su monumentalidad ¡qué voy a decir! Los entendidos la consideran como una de las ciudades más hermosas del mundo y yo así lo creo.
Había tanto, tantísimo, que ver en Paris, que a pesar de las visitas guiadas que teníamos cada tarde, mi amiga y yo decidimos darnos de baja del curso de francés -a los cuatro días de su comienzo- para disponer a nuestro aire de ese tiempo y de ese dinero, (también porque el nivel de base era muy elevado). Costó trabajo que devolvieran la matrícula, pero lo conseguimos.
De esta manera tuvimos tiempo de patear libremente todo Paris desde el amanecer. Con el plano en la mano, pocos rincones emblemáticos quedaron por ver.
Un recuerdo especial tengo del barrio de Montmartre con su ambiente artístico y bohemio, sus plazuelas llenas de pintores creando y exponiendo sus obras como un día allí mismo lo hicieran Picasso o Renoir.
Me presté a que un pintor de carboncillo me retratara sin compromiso y aunque salí agraciada, mis pobres recursos económicos no dieron para adquirir la obra que con toda mi pena se quedó allí.
Recuerdo también las horas pasadas rebuscando en los puestos ambulantes que se alinean en la ribera del Sena cargados de arte en forma de libros, reproducciones de pinturas, carteles, cachivaches múltiples y originales. Todo el tiempo me lo pasaba cambiando mentalmente los precios de francos a pesetas y teniendo finalmente que desistir de mis deseos ante los elevados precios, o más bien ante mi limitado presupuesto.
Y recuerdo con emoción cuando descubrimos la "Librería Española", oasis de nuestra lengua. La visitamos en varias ocasiones. El propietario era un exiliado antifranquista que echaba peste del régimen español. Yo me impresionaba al oirlo hablar porque no tenía ni idea de que en España se viviera tan mal como él decía.
Allí siempre había escritores en tertulia y se respiraba un ambiente muy intelectual y algo expectante ante los inminentes sucesos que se avecinaban en España. Oían por la radio a, un desconocido entonces para mí, Santiago Carrillo dando consignas desde su lugar de exilio. Oyendo tantas cosas de política que yo ignoraba, llegué a sentir miedo de encontrarme tan lejos de casa si Franco moría en esos días, cosa que no ocurrió.
Por curiosidad compré cuatro "libros prohibidos", que luego no sabía cómo esconder en el equipaje y que me hicieron sufrir horriblemente hasta que no pasamos los registros en la frontera.
Por supuesto vimos "El último tango en Paris" y algunas más. Y las pesetas que quedaban sirvieron para alucinar con el lujo y el destape del espectáculo nocturno del "Moulin Rouge".
En el viaje de vuelta, todos los compañeros traían su valioso Diploma de francés expedido por La Sorbona.
Yo, tampoco venía de vacío: había aprendido muchísimo y traía el espíritu lleno de inolvidables recuerdos vividos en una novedosa libertad.
Y para soñar... siempre nos quedará Paris.
Leyendo tu entrada de tu viaje a Paris, he podido dar marcha a tras y parece que yo también estaba con ustedes en ese viaje, fantástico, un blog muy interesante.
ResponderEliminar¡Que envidia! Apetece mucho ir a Paría despues de leerte, aunque quizás se pasó el momento mágico...
ResponderEliminarGracias Mª Jesús y Anónimo por vuestro comentario.
ResponderEliminarParis es una ciudad maravillosa que recomiendo visitar en cualquier momento.
Mi relato, que está muy resumido por falta de espacio, me pone nostálgica. Me entristece tener tan lejos ya esos años jóvenes de intensa vitalidad y deseos de saber.