Ayer te marchaste sin decir adiós.
Lo hiciste sigilosa y discretamente para no molestar, para no dar mucho trabajo.
Te habías sentado en tu sillón a dormitar, y en tu sueño te fuiste tras esa atrayente luz que dicen comunica con un maravilloso lugar, remanso de paz y bienestar.
Y nos dejaste sin ti, así de pronto.
Pocos días antes, tú y yo, habíamos dado un paseo y tomado juntos un café. Te gustaba hablar de deportes, de temas de actualidad, de política, de viajes, de libros que leías...
Vestías impecable y conjuntado. Eras tan educado y correcto como elegante.
Te hubiera gustado haber visto cómo acudieron hoy todos los familiares y amigos a despedirte y, junto al dolor de tu pérdida, la emoción que nos desbordaba escuchando aquel Adagio de Albinoni o aquel Ave María de Schubert que interpretaron aquellos músicos para ti.
Te hubiera gustado verlo... o... ¿quizás lo viste?
Siento ya el vacío de tu ausencia y sé que nunca te olvidaré, querido Derrick.
¡Maravilloso!
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