Por poco carnavalera que una sea, viviendo en Cádiz, es imposible abstraerse de ese ambiente festivo, de jolgorio y buen humor que se respira en cualquier rincón de la ciudad durante el mes de febrero.
El Carnaval de Cádiz tiene el reconocimiento de "interés turístico internacional", aunque yo particularmente dudo que los guiris internacionales que nos visitan comprendan la esencia de estas fiestas gaditanas cuya base radica en el ingenio y sentido del humor de esas letras que cantan por doquier más de doscientas agrupaciones, murgas y charangas, donde con ironía y doble sentido critican temas locales, sociales, políticos, etc, parodiando y ridiculizando con mucha gracia al que cojan por delante.
Desde aquí envío mi reconocimiento y admiración para los autores: ya sean los creadores musicales o esos auténticos poetas que escriben tantas letras adaptadas al tipo que va a cantarlas. También a los que ingenian los disfraces de las agrupaciones y a los integrantes de ellas que durante meses se entregan al aprendizaje, ensayo y puesta a punto de su coro, comparsa, chirigota o cuarteto, para presentarse con toda su ilusión al Concurso de Agrupaciones de Carnaval de Cádiz.
Este concurso oficial, que se celebra en el Teatro Falla, es seguido con verdadera pasión, durante el mes que dura, por la inmensa mayoría de los gaditanos, deseosos de conocer los nuevos tangos, pasodobles, cuplés, popurris y estribillos de las numerosas agrupaciones. El veredicto final del jurado siempre es motivo de polémica.
Hasta aquí el Carnaval de Cádiz es muy localista, luego es cuando se abre al exterior y toma protagonismo la calle, que se llena de bullicio y color. Pregón de las fiestas, proclamación de diosas y ninfas, bailes, concursos de tanguillos, fiestas por todos lados, carruseles, pasacalles, rutas gastronómicas, gran cabalgata... diez días de algarabía, caretas y disfraces, algunos mamarracheros pero todos cargados de mucha imaginación y gracia. Y alegrando las calles, esas charangas de amigos y familiares llamadas "ilegales" por no participar en el concurso oficial, con sus ingeniosas letrillas picaronas. También andan por ahí los recitadores de romanceros.
Acuden a Cádiz miles y miles de forasteros. La ciudad se colapsa y, por los que hacen mal uso de las normas de educación e higiene, queda sucísima y con mucho mobiliario urbano destruído.
Como ocurre con todo, hay gaditanos que viven su carnaval con verdadera pasión y otros que cogen estos días carretera y manta.
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