martes, 28 de septiembre de 2010

Las cuestas de San Severiano



Entre los blogs y espacios virtuales que visito con frecuencia, en consonancia con mis intereses, está el denominado "Memoria de Cádiz", puesto en marcha por "Diario de Cádiz" con el fin de recuperar y difundir, con la colaboración de los usuarios gaditanos, documentos gráficos que nos muestren lugares, monumentos, gentes y hechos acaecidos en la ciudad en tiempos pasados, cercanos o lejanos.
Es un espacio de encuentro con la memoria de los que hemos vivido nuestra niñez en un Cádiz muy diferente del que hoy conocen nuestros hijos. Es, como sus autores dicen, "un lugar para que no se olvide la historia de Cádiz y sus gentes".


Una de las últimas fotos publicadas en dicho fotoblog muestra los alrededores del desaparecido puente de San Severiano con "las cuestas" que iban a parar a la vía del tren, hoy soterradas. Al ver la foto, instintivamente me quise descubrir entre los niños que aparecen jugando en ellas, porque allí pasé muchos ratos de diversión.

Pero... ¡error!, en seguida me di cuenta: la presencia de esos bloques de viviendas trasladan la foto a fechas muy posteriores a las que yo me quería referir. Tampoco las cuestas eran antes así.

En mi más tierna infancia, en el lugar donde se asientan esas casas que aparecen en primer término, y más hacia la izquierda, estaba la huerta de Cristóbal, donde yo -que vivía cerca- iba cada día con mi lechera de aluminio a comprar la leche. Allí pastaban algunas vacas, había terrenos sembrados y también animales de corral. Cristóbal tenía la piel muy curtida y con profundas arrugas. Ana, su mujer, de aspecto muy limpio, era delgada y llevaba el pelo muy tirante recogido en moño. Vestía siempre de negro con un impecable delantal de cuadritos oscuros. Tenían su vivienda en medio de la huerta.

Yo a veces tenía que esperar a que Cristóbal terminara de ordeñar la vaca. Me extrañaba que antes de empezar a venderla, pasara la leche de la vasija que la portaba a otra exactamente igual. Un día me asomé a la segunda vasija y vi que tenía agua hasta la mitad (¡!).

En cuanto a las cuestas y terraplenes que desembocaban en las vías del tren, recuerdo el aspecto de romería campestre que tomaban en las horas del mediodía.

Los obreros de los cercanos Astilleros -la inmensa mayoría de los gaditanos de entonces- solían llevarse al trabajo el "costo" o fiambrera con la comida, pero otros muchos tenían la suerte de que al sonar la sirena del mediodía, a las puertas de la factoría estaban sus mujeres esperándolos con la comida caliente.

Se dirigían al puente de San Severiano y, tras pasar por debajo de él, se sentaban a comer por aquellas cuestas de arena y matorrales. Como eran tantas parejas y grupos, componían, como he dicho antes, un curioso paisaje de escena campestre.

Por la tarde éramos los niños los que frecuentábamos aquellos terrenos inclinados para resbalarnos por ellos y sentir el vértigo que entraba cuando nos lanzábamos corriendo hacia abajo a toda velocidad sabiendo durante la carrera que ya era imposible parar hasta que la falta de inercia lo permitiera.

Aunque teníamos en cuenta que no viniera ningún tren, era un juego peligroso porque íbamos a caer en la misma vía.

La foto de las cuestas me trajo estos recuerdos.



martes, 14 de septiembre de 2010

Curioso

Hace algún tiempo leí que el periódico "The Washington Post" había llevado a cabo un curioso experimento con el fin de detectar el conocimiento musical del ciudadano medio americano.
Para ello contó con la ayuda de uno de los más prestigiosos violinistas del mundo: Joshua Bell.

Con su violín, valorado en tres millones de euros, y vestido de manera informal, Joshua Bell interpretó obras de Bach en los andenes de una estación de metro.
Se trataba de comprobar si los ciudadanos sabían distinguir el sonido emitido por un concertista de calidad excepcional del de un músico callejero.

Después de 40 minutos de magnífico concierto sólo se recogieron algunas monedas de limosna, y, de los más de mil usuarios del metro que cruzaron por su entorno, sólo unos pocos dedicaron unos instantes a escucharlo, con la excepción de una señora que lo reconoció.
Los demás pasaban sin prestar atención, enfrascados en sus pensamientos, obligaciones y prisas por sus quehaceres.

Dos días antes Joshua Bell con su concierto había llenado por completo el aforo del "Boston Symphony Hall", donde la entrada más barata había costado lo equivalente a 100€.

Las conclusiones del experimento no clarificaron nada en especial, sólo que son muchos los factores que intervienen en nuestra atención, como la publicidad que se de al hecho, el interés del tema, la concentración interior, el ambiente que rodea...


NADA tiene esto que ver con el III Festival Aéreo que se ha celebrado en la playa Victoria de Cádiz el pasado domingo día 12.

Sin embargo, me ha venido a la mente este hecho narrado cuando he visto con detenimiento las fotos que hice los días previos al Festival.

Los mismos aviones que iban a participar en el evento hicieron en los ensayos los mismos ejercicios y las mismas piruetas y acrobacias que iban a realizar el día de su exhibición.
Fueron los momentos ideales, con tan poco público, para que los que tenían el privilegio de disfrutar de la playa, contemplaran de cerca y desde el mejor lugar los ejercicios aéreos.
Allí, delante del Hotel Playa, lugar clave de la exhibición, estaba yo con mi cámara, la cual me ha mostrado que para muchos playeros no había llegado aún el momento de prestar a los aviones su máxima atención.
En estas fotos que pongo y en otras que tengo, observo cómo mucha gente continuó sus paseos por la orilla, sus charlas en grupos, su lectura o su siesta, sin atender especialmente a las exhibiciones que sucedían en el aire.
Posiblemente se reservaban para verlas el domingo, anunciado día del Festival.




































Llegado el domingo, unas 200.000 personas, según los periódicos, ocuparon la playa Victoria de Cádiz para presenciar las demostraciones aéreas y acrobacias de los pilotos y paracaidistas.
En estas otras fotos que tomé ese día, sí observo que todos los bañistas miran hacia arriba con mucho interés. ¿Estarían entre ellos los "distraídos" del día anterior, ahora que había tanto ambientazo festivo?
Siento curiosidad.

















miércoles, 1 de septiembre de 2010

"Bofetadas de color"

"Pinto mis esculturas monocromadas para que reciban mejor la luz y sean bofetadas de color al espectador."

Así se expresa el artista mejicano Enrique Carbajal, más conocido por Sebastián, que con la exposición al aire libre de cincuenta y cinco de sus esculturas, tiene este verano inundado de color el paseo marítimo de Cádiz, tanto en la playa de la Victoria como en la de La Caleta.

"La matemática sensible de Sebastián" es el título que el autor le da a este conjunto de piezas de hierro pintadas de intensos colores primarios que se retuercen o se ondulan con armonía.

Figuras geométricas colocadas con equilibrio matemático son la base de los cálculos artísticos del autor.


































































Estas esculturas modernas, como cualquier obra de arte, gustarán más o menos, pero Sebastián puede estar seguro de que, debido al transitado lugar donde han estado ubicadas las piezas, no ha quedado ningún gaditano ni veraneante, de los miles que nos han visitado, sin ver sus obras y hablar de ellas. Todo un éxito para él.