jueves, 23 de diciembre de 2010

Felicitaciones de hoy y de ayer




Me ha entretenido durante varias semanas la realización de una presentación de Powerpoint que, como cada año, hago para felicitar la Navidad a familiares y amigos, a mayores y pequeños, y de la que he colocado arriba tres de sus dieciseis diapositivas. (Lástima que aún no sepa cómo subir al Blog esta presentación y otras tantas que he hecho).

En los tiempos que corren, son las tarjetas virtuales, las postales digitales estáticas o animadas, las largas y elaboradas presentaciones de diapositivas enviadas por correo electrónico o los simples sms, los encargados de transmitir esos buenos deseos que en estas fechas nos enviamos los unos a los otros.

Han quedado en desuso las tarjetas navideñas impresas, aquellos "christmas" con los que en otros tiempos solíamos adornar la casa durante las fiestas.
Yo, que tengo mi punto de nostalgia -aunque no comparto el que "cualquier tiempo pasado fue mejor"- aún conservo con mucho cariño una buena colección de christmas de aquel maravilloso dibujante que fue Ferrándiz. Unos, escritos, porque me llegaron por correo, y otros sin usar porque después de comprados los veía tan bonitos que nunca me quise desprender de ellos.

Emanaban gran ternura aquellos pastorcillos y angelitos de caras sonrientes, aquellas dulces vírgenes niñas, aquellos animalitos asomando por cualquier lugar para ver al precioso Niño... y aquellas escenas que la admirable imaginación de ese genio de la ilustración que fue Ferrándiz nos hacían encandilar.

Con imágenes de mi presentación de hoy y de mis tarjetas de ayer, deseo salud y paz a todos en esta Navidad de 2010 y siempre.




FELIZ NAVIDAD

miércoles, 27 de octubre de 2010

Colores en el atardecer

Presentía que el atardecer de este luminoso día que hemos tenido hoy en Cádiz sería espectacular, y no me equivoqué.
Elegí la Plaza de la Estrella para contemplar desde allí cómo el sol se hundía en el mar y daba paso a ese encendido del cielo en tonos rojizos y anaranjados, con pinceladas de distinta intensidad y variados matices.
Las siluetas de las palmeras y las farolas cooperaron para que el espectáculo fuera verdaderamente fascinante.
Aquí va una muestra de lo que digo.

































miércoles, 20 de octubre de 2010

Gaviotas


En mis frecuentes paseos, son muchas las veces que sorprendo junto a mí a una de las tantas gaviotas que revolotean por las playas de Cádiz.
En esos momentos, con la gaviota tan cerca, no hay mayor placer para mí que enfocarla sigilosamente con la cámara y hacerle tantas fotografías como pueda, antes de que se impaciente con mi presencia y emprenda el vuelo.
Disfruto especialmente con aquellas encaramadas en lugares estratégicos.
















Descubren buenos sitios para otear.

Tengo fotografiadas un gran número de gaviotas en diversos lugares del borde marítimo -que en otro momento mostraré- pero las fotos que pongo a continuación, aunque repiten el escenario de las anteriores, están captadas hoy mismo, me han gustado y creo que con ese azulísimo color de cielo y mar, son bellas imágenes del luminoso y espléndido día de otoño que hemos tenido hoy en Cádiz.











domingo, 10 de octubre de 2010

Una gran dama



"Toda una vida" es el título del recital de canciones que el pasado día 8 de octubre nos ofreció en el Gran Teatro Falla de Cádiz, lleno hasta rebosar, esa gran señora que es Doña Mª Dolores Pradera.

"La elegante dama de los ponchos", ya plenamente octogenaria, arropada por sus excelentes músicos, rindió homenaje a toda una vida de entrega mutua de su público a ella y de ella a su público a través de un recorrido por sus boleros, baladas, coplas y melodías más conocidas.

Y como si los años no le pesaran, logró de nuevo encandilar a sus incondicionales, entre los que me encuentro, con su inconfundible y aterciopelada voz, con su pose y estilo único, con su serenidad y elegancia en el escenario, con la fuerza expresiva que le da a las letras de sus canciones...

Nos gustaba hace muchos años y nos sigue gustando hoy. Mª Dolores Pradera nunca ha pasado de moda. Amplía y enriquece su repertorio constantemente con colaboraciones, mientras los temas de sus legendarias canciones siguen ahí porque son eternos.

Son aquellos que al oírselos hoy nos han transportado a un tiempo pasado, cuando en plena juventud y en buena compañía los escuchabamos una y otra vez. Cuando sus discos, entonces de vinilo, junto a los de Yupanqui, Chabuca Granda, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Cafrune y otros, llenaban nuestros álbumes. Son recuerdos de una época pasada que hoy nos sensibilizan y emocionan.

Emocionada también estuvo la mítica Mª Dolores en el escenario del Falla cuando, tras cantar "Las Habaneras de Cádiz" con el coro de Julio Pardo, se despidió de los gaditanos, que la ovacionaron insistentemente con las típicas palmas de tango.

Una noche para recordar.

Hasta siempre, señora, que le vaya bonito.


Video de "Las Habaneras de Cádiz" cantadas por Carlos Cano y Mª Dolores Pradera.


martes, 28 de septiembre de 2010

Las cuestas de San Severiano



Entre los blogs y espacios virtuales que visito con frecuencia, en consonancia con mis intereses, está el denominado "Memoria de Cádiz", puesto en marcha por "Diario de Cádiz" con el fin de recuperar y difundir, con la colaboración de los usuarios gaditanos, documentos gráficos que nos muestren lugares, monumentos, gentes y hechos acaecidos en la ciudad en tiempos pasados, cercanos o lejanos.
Es un espacio de encuentro con la memoria de los que hemos vivido nuestra niñez en un Cádiz muy diferente del que hoy conocen nuestros hijos. Es, como sus autores dicen, "un lugar para que no se olvide la historia de Cádiz y sus gentes".


Una de las últimas fotos publicadas en dicho fotoblog muestra los alrededores del desaparecido puente de San Severiano con "las cuestas" que iban a parar a la vía del tren, hoy soterradas. Al ver la foto, instintivamente me quise descubrir entre los niños que aparecen jugando en ellas, porque allí pasé muchos ratos de diversión.

Pero... ¡error!, en seguida me di cuenta: la presencia de esos bloques de viviendas trasladan la foto a fechas muy posteriores a las que yo me quería referir. Tampoco las cuestas eran antes así.

En mi más tierna infancia, en el lugar donde se asientan esas casas que aparecen en primer término, y más hacia la izquierda, estaba la huerta de Cristóbal, donde yo -que vivía cerca- iba cada día con mi lechera de aluminio a comprar la leche. Allí pastaban algunas vacas, había terrenos sembrados y también animales de corral. Cristóbal tenía la piel muy curtida y con profundas arrugas. Ana, su mujer, de aspecto muy limpio, era delgada y llevaba el pelo muy tirante recogido en moño. Vestía siempre de negro con un impecable delantal de cuadritos oscuros. Tenían su vivienda en medio de la huerta.

Yo a veces tenía que esperar a que Cristóbal terminara de ordeñar la vaca. Me extrañaba que antes de empezar a venderla, pasara la leche de la vasija que la portaba a otra exactamente igual. Un día me asomé a la segunda vasija y vi que tenía agua hasta la mitad (¡!).

En cuanto a las cuestas y terraplenes que desembocaban en las vías del tren, recuerdo el aspecto de romería campestre que tomaban en las horas del mediodía.

Los obreros de los cercanos Astilleros -la inmensa mayoría de los gaditanos de entonces- solían llevarse al trabajo el "costo" o fiambrera con la comida, pero otros muchos tenían la suerte de que al sonar la sirena del mediodía, a las puertas de la factoría estaban sus mujeres esperándolos con la comida caliente.

Se dirigían al puente de San Severiano y, tras pasar por debajo de él, se sentaban a comer por aquellas cuestas de arena y matorrales. Como eran tantas parejas y grupos, componían, como he dicho antes, un curioso paisaje de escena campestre.

Por la tarde éramos los niños los que frecuentábamos aquellos terrenos inclinados para resbalarnos por ellos y sentir el vértigo que entraba cuando nos lanzábamos corriendo hacia abajo a toda velocidad sabiendo durante la carrera que ya era imposible parar hasta que la falta de inercia lo permitiera.

Aunque teníamos en cuenta que no viniera ningún tren, era un juego peligroso porque íbamos a caer en la misma vía.

La foto de las cuestas me trajo estos recuerdos.



martes, 14 de septiembre de 2010

Curioso

Hace algún tiempo leí que el periódico "The Washington Post" había llevado a cabo un curioso experimento con el fin de detectar el conocimiento musical del ciudadano medio americano.
Para ello contó con la ayuda de uno de los más prestigiosos violinistas del mundo: Joshua Bell.

Con su violín, valorado en tres millones de euros, y vestido de manera informal, Joshua Bell interpretó obras de Bach en los andenes de una estación de metro.
Se trataba de comprobar si los ciudadanos sabían distinguir el sonido emitido por un concertista de calidad excepcional del de un músico callejero.

Después de 40 minutos de magnífico concierto sólo se recogieron algunas monedas de limosna, y, de los más de mil usuarios del metro que cruzaron por su entorno, sólo unos pocos dedicaron unos instantes a escucharlo, con la excepción de una señora que lo reconoció.
Los demás pasaban sin prestar atención, enfrascados en sus pensamientos, obligaciones y prisas por sus quehaceres.

Dos días antes Joshua Bell con su concierto había llenado por completo el aforo del "Boston Symphony Hall", donde la entrada más barata había costado lo equivalente a 100€.

Las conclusiones del experimento no clarificaron nada en especial, sólo que son muchos los factores que intervienen en nuestra atención, como la publicidad que se de al hecho, el interés del tema, la concentración interior, el ambiente que rodea...


NADA tiene esto que ver con el III Festival Aéreo que se ha celebrado en la playa Victoria de Cádiz el pasado domingo día 12.

Sin embargo, me ha venido a la mente este hecho narrado cuando he visto con detenimiento las fotos que hice los días previos al Festival.

Los mismos aviones que iban a participar en el evento hicieron en los ensayos los mismos ejercicios y las mismas piruetas y acrobacias que iban a realizar el día de su exhibición.
Fueron los momentos ideales, con tan poco público, para que los que tenían el privilegio de disfrutar de la playa, contemplaran de cerca y desde el mejor lugar los ejercicios aéreos.
Allí, delante del Hotel Playa, lugar clave de la exhibición, estaba yo con mi cámara, la cual me ha mostrado que para muchos playeros no había llegado aún el momento de prestar a los aviones su máxima atención.
En estas fotos que pongo y en otras que tengo, observo cómo mucha gente continuó sus paseos por la orilla, sus charlas en grupos, su lectura o su siesta, sin atender especialmente a las exhibiciones que sucedían en el aire.
Posiblemente se reservaban para verlas el domingo, anunciado día del Festival.




































Llegado el domingo, unas 200.000 personas, según los periódicos, ocuparon la playa Victoria de Cádiz para presenciar las demostraciones aéreas y acrobacias de los pilotos y paracaidistas.
En estas otras fotos que tomé ese día, sí observo que todos los bañistas miran hacia arriba con mucho interés. ¿Estarían entre ellos los "distraídos" del día anterior, ahora que había tanto ambientazo festivo?
Siento curiosidad.

















miércoles, 1 de septiembre de 2010

"Bofetadas de color"

"Pinto mis esculturas monocromadas para que reciban mejor la luz y sean bofetadas de color al espectador."

Así se expresa el artista mejicano Enrique Carbajal, más conocido por Sebastián, que con la exposición al aire libre de cincuenta y cinco de sus esculturas, tiene este verano inundado de color el paseo marítimo de Cádiz, tanto en la playa de la Victoria como en la de La Caleta.

"La matemática sensible de Sebastián" es el título que el autor le da a este conjunto de piezas de hierro pintadas de intensos colores primarios que se retuercen o se ondulan con armonía.

Figuras geométricas colocadas con equilibrio matemático son la base de los cálculos artísticos del autor.


































































Estas esculturas modernas, como cualquier obra de arte, gustarán más o menos, pero Sebastián puede estar seguro de que, debido al transitado lugar donde han estado ubicadas las piezas, no ha quedado ningún gaditano ni veraneante, de los miles que nos han visitado, sin ver sus obras y hablar de ellas. Todo un éxito para él.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Un nuevo aniversario


18 de Agosto. De nuevo hoy en Cádiz ha tenido lugar un pequeño acto institucional en recuerdo de aquellas víctimas que sucumbieron tal día como hoy en la explosión de 1947.

Con el paso de los años, van quedando menos testigos directos del hecho, pero, por muy niño que se fuera entonces, el que vivió en la zona donde ocurrió el suceso no ha podido olvidar las tremendas escenas de aquella fatídica noche en que explotaron cientos de polvorines que permanecían almacenados en plena ciudad.

Hace exactamente un año escribí en este Blog un relato en primera persona que había sido publicado en "Diario de Cádiz". Formaba parte de un trabajo que los periodistas José A. Hidalgo y Ana de Antonio hicieron con los testimonios de algunos "niños de la explosión".

Hoy mis recuerdos de infancia se van a los años posteriores a la catástrofe.

La vivienda familiar, al estar tan cerca del epicentro explosivo, había quedado interiormente destruida, así como muebles y enseres.
Tras un tiempo alojados en otro lugar, volvimos a ella cuando el grupo España y sus alrededores eran un hervidero de obreros de la construcción, materiales y maquinarias.

Cerca estaban levantando un auténtico pueblecito de casitas bajas bien alineadas en calles paralelas, para alojar a las familias del barrio de San Severiano que se habían quedado sin viviendas. Cuando estuvieron habitadas, resaltaba el contraste del blanco de sus fachadas con el negro del luto que vestían sus moradores.

En otro lugar cercano, por el final de la actual calle García de Sola, que entonces se llamaba Cuarteles, muchas familias vivían de forma rudimentaria en unos barracones prefabricados, con escasez de elementos básicos, como son la luz y el agua. Y otras, aún en peores circunstancias, se alojaron por algún tiempo en los vagones de trenes que descansaban en las vías "muertas".

A mis cuatro o cinco años, la palabra que más sonaba en mis oídos era la de "Damnificados". Había listas, escalas y grados de damnificados, avisos a damnificados, ayudas a damnificados, largas colas de damnificados ...

Mi padre nos decía que a pesar de que éramos siete de familia y habíamos perdido muchos enseres y muebles de la casa, en la escala de damnificados estábamos casi de los últimos porque ninguno de nosotros había muerto ni tenía graves secuelas.

De cualquier manera nos correspondió un lote con algunos cacharros de cocina, unas mantas y varias piezas de tela.

Alimentos también. Los más singulares vinieron de Argentina. La buena de Evita se había compadecido por lo ocurrido en Cádiz. En agradecimiento, a la llegada de los contenedores al muelle, un buen número de gaditanos, agitando las banderitas de listas celestes y blancas que se repartieron, y siguiendo consignas, habían gritado con fuerza: "Franco-Perón, Franco-Perón..."

(Es curioso que esta escena que acabo de describir no la recuerden ninguno de mis cuatro hermanos mayores, cuando yo, tan pequeña como era, la guardo tan clara en la memoria).

De la comida argentina nos llegó café y azúcar, pero sobre todo recuerdo unas hermosas latas de leche en polvo marca "Miguelito". En la lata se leía "Lait en poudre" y los pequeños de la casa la nombrábamos siempre diciendo: "Dame la laitempoudre", "Échame más laitempoudre"...


No era nuestro caso, pero recuerdo que en el cruce de las actuales calles García de Sola y Ciudad de Santander se paraba cada día un camión que repartía comida a los más necesitados. Las señoritas de la Sección Femenina de Falange y de la Cruz Roja daban pan y comida caliente a los que formaban cola. Éstos, con su plato generalmente de aluminio, se sentaban por los alrededores a comer.

En otro camión llevaban el agua.


Las estadísticas oficiales dijeron que en la explosión de Cádiz había habido 155 muertos y 5000 heridos.

En el número de fallecidos, mis padres decían que se habían quedado cortos. Nosotros, que acabábamos de llegar a Cádiz y aún teníamos pocas amistades, perdimos a bastantes conocidos, entre ellos varios niños.

Los heridos ya los veíamos por los alrededores: cuántos con cabezas vendadas, cuántos con muletas, cuántos con enormes cicatrices, cuántos mutilados, cuántos enfermos para toda su vida... cuánto luto.

Pero como niños que éramos supimos elevarnos por encima del dolor.

Ese caos y esa desolación que nos rodeaba, nos proporcionó en los tiempos que siguieron a la explosión un foco de fantásticas aventuras.

Al principio, la zona había estado vigilada para evitar los saqueos y por la peligrosidad de los muros que se mantenían en pie, pero pasado un tiempo quedó todo en total abandono.
Los chiquillos de mi barrio, y yo acompañando a dos de mis hermanos algo mayores, disfrutábamos entrando en esas casas destruidas, en esos ruinosos chalés abandonados, escalando ventanas, pasando de unas habitaciones a otras, saltando por los escombros...

Buscábamos tesoros y encontrábamos de todo: trozos de jarrones, restos de cuadros, añicos de espejos y lámparas, pedazos de muebles... veíamos fotos, estampas, leíamos cartas... y cogíamos maderas, leña para la cocina.

Por algunos años las ruinas del antiguo barrio de San Severiano, desde el puente de hierro hasta la rocosa playa de la bahía, sobre la que hoy se asienta la barriada de La Paz, fue feudo y lugar de aventuras de los chiquillos de la cercana barriada España.


(Yo vivía entonces en el bloque blanco que se ve al fondo de esta foto)