sábado, 4 de julio de 2009

Mi playa preferida

La playa donde transcurrieron los felices veranos de mi niñez fue la Playa de Santa María del Mar de Cádiz. Por muchos años: los anteriores y los que tuvo puesto el cartel de "Prohibido el paso.Playa peligrosa", fue la playita exclusiva de los niños y jóvenes de la cercana barriada España. Ningún adulto poco diestro hubiera osado, en aquellos tiempos a los que me refiero, deslizarse por esos peligrosos y empinados terraplenes sorteando obstáculos hasta caer en la arena. Yo era muy niña, pero como otros chicos de corta edad, iba en compañía de hermanos mayores.
Los temporales invernales con sus fuertes mareas, iban desprendiendo trozos de los acantilados que rodeaban la cala y por tanto cada verano era distinto y más peligroso el acceso a la playita. Era una verdadera odisea bajar y subir cada día aquellos desniveles. A pesar del cartel que prohibía su uso, nadie nos echó nunca de ella.

El principal atractivo de la playa de Santa María, como la llamábamos siempre, era su hilera de rocas, que en perfecta alineación recorría la playa de punta a punta. Conocíamos a la perfección cada roca y las más imponentes tenían su nombre propio. Según estuviera la marea alta o baja, las rocas siempre ofrecían sus numerosas posibilidades.
Si la marea estaba baja, las rocas fuera del mar además de lugar ideal para secarse al sol, ofrecían el atractivo de sus variadísimos y múltiples habitantes. Estaban cargadas de cangrejos, camarones, burgaíllos, ostiones, mejillones, lapas... y un sinfín de bichitos y seres raros que se movían y nunca supe si eran animales o plantas. Entre baño y baño había en las rocas tal entretenimiento que las horas pasaban intentando hacerse con un muestrario de la variada fauna marina que iba a parar al cubito y luego a casa para ser cocidos. Los ostiones los comíamos en el mismo momento de separarlos de la roca. Había infinidad de cangrejos pululando con rapidez por los recovecos de las rocas, pero cuando alguien descubría las patas peludas de uno "moro", daba la noticia y acudían los curiosos a ver la laboriosa operación de sacar de su escondite a tan valioso crustáceo que acabaría cocido en casa.
Otro entretenimiento que nos producía la marea baja era la búsqueda de novedosas y originales muestras entre los miles y miles de piedrecitas de vidrios de colores, de caracolitos y conchas de todos los modelos y tamaños, de preciadas orejitas, de grandes caracolas con el sonido del mar... de ostras, de almejitas y mejillones nacarados, de cañaillas, de conchas de peregrino... y un innumerable y variado muestrario de naturaleza muerta que aparecía amontonado a lo largo de la arena de la playa.

Si la marea estaba alta, las rocas pequeñas quedaban cubiertas por el mar y sabíamos dónde estaban situadas, pero las altas quedaban a medio cubrir y esas eran las que producían la máxima diversión y delirio para los que lograban subirse a ellas. Si el mar estaba sereno y transparente era un verdadero placer disponer de esos trampolines para lanzarse al él, pero si había oleaje era un auténtico derroche de diversión.
Yo, pese a mi corta edad, era una experta y audaz nadadora que recibía a menudo las regañinas de mis hermanos mayores por participar en juegos tan arriesgados.

Los trozos de roca salientes del mar estaban siempre tan concurridos que muchos chavales caían al agua por imposibilidad de encontrar dónde apoyar los pies o por los empujones que allí se sucedían. Se esperaba a las mejores olas para lanzarse a ellas. Había días que cuando las olas eran tan altas y venían con tanta fuerza, todos los que estábamos arriba de la roca nos agarrábamos fuertemente intentando formar una muralla protectora. Si lográbamos vencer la fuerza de la ola que nos atravesaba y seguir de pie, formábamos un verdadero "jolgorio". Si por el contrario, la ola nos arrastraba y nos tiraba a todos al agua, tampoco pasaba nada: a nadar de nuevo y subirse otra vez. Nuestros cuerpos estaban señalados por todas partes de rozaduras con las rocas, pero no le dábamos importancia.

Y con tantas diversiones en el mar y con tantos juegos en la arena iban sucediéndose aquellos inolvidables veranos de la infancia en Santa María. Veranos que por la cantidad de vivencias y recuerdos que dejaron, seguramente empezaran en marzo y terminaran en noviembre.

Un mal día nos encontramos la playa reducida a la mitad. Había una valla metálica perpendicular al mar que la dividía en dos. Nos contaron que en la otra mitad, la más cercana al centro de Cádiz, se iban a acometer obras de acondicionamiento para transformarla en playa privada, de pago, para uso de los residentes de Bahía Blanca y alrededores.
Efectivamente, al verano siguiente se inauguraron las instalaciones de la nueva playa de Santa María del Mar, separada de su otra mitad por una alambrada a través de la cual veíamos a la gente "rica" disfrutar de nuestra añorada roca "Barco". Les habían construido una maciza edificación para galerías, duchas, bar, restaurante, cafetería... y en la arena tenían hamacas y toldos. Arriba, en el paseo, un vigilante cortaba el paso a todo aquel que no llevara la tarjeta de socio, que eran los únicos que podían bajar por aquellas dobles escalinatas que conducían al balneario.
De paso, a nuestra humilde zona se le hicieron también unos arreglitos. Se echaron abajo los salientes de los acantilados que corrían peligro de desprendimiento, desapareciendo la cruz de madera que seguía allí desde el rodaje de "El Amor Brujo" y también la cueva situada debajo. Se construyó una escalera para bajar y por fin se quitó el cartel de playa peligrosa. Esto trajo consigo la llegada masiva de público que acabó definitivamente con aquella intimidad que habíamos disfrutado por mucho tiempo los jóvenes de mi barrio.

Durante los siguientes años fuimos testigos de la lucha del hombre con la fuerza de la naturaleza. Los temporales invernales y fuertes oleajes que se cebaban en esa zona iban destrozando las recientes instalaciones. Ante la llegada de un nuevo verano se hacían toda clase de reconstrucciones, se ponían barreras de cemento, se subía todo de nivel... pero sólo duraba una temporada.
Pocos años después "la otra playa", como le decíamos, dejó de existir y sus edificaciones fueron abandonadas a merced de los estragos del mar y del paso del tiempo. Los restos de la fallida construcción permanecieron erguidos bastante tiempo más.


A partir de ahí, falté muchos años de este lugar. Mi juventud transcurrió en la playa Victoria, "el Balneario", pero -casualidad de la vida- pasado un tiempo me trasladé a mi nueva vivienda situada sobre la playa de Santa María del Mar, con lo que volví a mis principios. Así he podido ver la transformación de aquella playita de mi niñez.

Tuvo que ocurrir en ella un trágico accidente por desprendimiento de tierra, para que las autoridades, por fin, se decidieran a invertir en este maravilloso rincón de Cádiz.
Unieron las dos calas y construyeron a ambos lados dos espigones para contener el oleaje. Protegieron los muros y reformaron el paseo marítimo superior edificando escaleras y rampas de acceso. Como broche final echaron toneladas de arena que en principio llegaron a tapar las rocas.

Hoy, Santa María del Mar, frecuentada por numerosísimo público, es una preciosa y cuidada playa semicircular de blanca arena y tranquilo mar, situada en ese bonito recodo de Cádiz que tiene como fondo la silueta de la Catedral. Ella me proporciona la hermosa vista que tengo cada día ante mis ojos y que no me canso de mirar. Me gusta cuando el mar está sereno y cuando en invierno se pone bravío. Me gusta cuando es azul y cuando es gris, cuando está transparente o está espumoso. Me gusta con levante y con poniente, con marea baja o marea alta. Me emociono al contemplarlo teñido de rojo en esas maravillosas y siempre diferentes puestas de sol...

A la playa, en dos ocasiones hasta ahora, le han echado arena. De momento las rocas quedan hundidas, pero al poco tiempo, conservando su hilera, surgen de la arena como queriendo hacer perpetuar su histórica presencia en esta playa y demostrar que siempre fueron y serán su seña de identidad.
Y yo me alegro cuando veo las rocas aparecer y agrandarse, porque me hacen revivir y recordar esos lejanos años de mi niñez pasados tan felizmente en mi querida playa de Santa María del Mar.










5 comentarios:

  1. Hola Neli, espero siempre con impaciencia una nueva entrada en tu blog, me encanta tus publicaciones, que bien has recordados tus días de niñez en tu querida playita de las mujeres o Santa María del Mar, aunque yo también la conozco como los Corrales, a mi me pasa como a ti pero con mi caleta, también es mi playa de la niñez y de ahora, pues sigo viviendo en el mismo barrio de mi niñez el Mentidero.

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  2. Mª Jesús, gracias por tu comentario.
    Yo también he oído llamar a Stª María "Los Corrales",pero te diré que cuando era muy pequeña yo iba con mis hermanos a mariscar a la playa de San Severiano llamada entonces "Los Corrales". Desapareció al rellenarla para construir encima la barriada de la Paz. Hoy, en dicha barriada hay una asociación de vecinos llamada "Los Corrales" en recuerdo de la playa que había allí.
    Así se escribe la historia...
    La Caleta es "de cine", preciosa de día y de noche.El problema es la masificación en tan poco espacio.

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  3. Hola Neli estoy dando un repasito a los blog, y me ha encantado tu entrada de la Playa, yo no la he conocido asi, yo vine a Cadiz con 20 años, y ya estava, reformada
    Un saludo Joaquina

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  4. Hola Neli, me ha gustado mucho esta entrada nueva que has escrito en tu blog. Yo también tengo muchos recuerdos de mi niñez asociados a esta playa y hago míos los sentimientos que aquí expresas. También yo me alegro cuando veo las rocas reaparecer y pienso si no hubiera sido mejor no haber echado la arena y respetar la extensa fauna que aquí habitaba. Saludos.

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  5. César, gracias.
    Los "mayores" de hoy hemos presenciado tantos cambios en todos los aspectos de la vida, que habrá situaciones que si las contáramos, a los jóvenes parecerían increíbles.
    En cuanto a nuestra bonita Santa Mª del Mar, siendo una playa urbana, hubiera sido imposible mantenerla virgen en estos tiempos.
    Vamos a disfrutar la que es hoy y soñar con la que fue ayer.

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